Es esto lo que he escuchado
que de contar es menester,
la historia de un caballero
que vino esto ha hacer.
En su rocín cabalgando
encontróse él
por lo campos que van
de Granada hasta Jaén.
Y pasando entre los olivos
huía de su suerte
que un juez había dictado
y él a la horca había burlado.
Siguiendo su camino adelante
sin dejar ningún indicio
al pasar el puente que cruza el río
se encontró con un obispo.
Su sotana el suelo barría
y respingona su barriga
del cinturón sobresalía.
Al verlo pasar
le dijo al caballero
empezándose a quejar:
-Se buen samaritano, hermano
y ayuda a este hombre de Dios.
El caballero desmontó y cedió
su montura al prójimo de la iglesia,
que montó en el bridón, con mal apaño:
una mano por aquí y un empujón en el culín.
Al mediodía, cuando el sol surcaba los cielos
el monje sacó del zurrón
un mendrugo de pan y queso.
Muertos los dos de hambre
se miraron entre sí
mas él caballero se arrojó sobre el obispo
y sobre la hierba empezaron a revolcarse.
Y llegaron hasta el río
donde comenzaron a empaparse
por conseguir la comida del otro
que había rescatado en las cercanías.
Así el caballero que iba en desventaja
le dijo al hombre de Dios:
- Hagamos una cosa, “monje”
dejamos la comida en el rocín
nos alejamos y luego quien llegue
primero se comerá el festín.
El obispo asintió y así lo hicieron.
Al pasar el puente que cruza el río
pasó un mendigo con los pies heridos
y sus tripas gruñendo como
perro mal comido
Pasados unos cuantos pinos
encontróse un caballo
y encima de él queso y tocino.
Después de almorzar
montó al caballo y por su camino
retornó dispuesto a descansar.
Cuando el caballero llegó seguido del obispo
el bridón había desaparecido,
y en su lugar yacían
pequeñas migas de pan.
Recorrieron el camino
que los separaba de una cercana ciudad,
y entrando en una iglesia
el pan y el vino fueron los dos ha robar.
La huída fue desastrosa
como el señor obispo de montar sabía poco
se montó con una mano por aquí
y un empujoncín en el culín,
y echó a galopar,
seguido del caballero que corría cojo detrás.
Al llegar al lindero del bosque
se sentaron por fin a almorzar
mas tan muertos de hambre estaban
que en otra pelea se volvieron a enzarzar.
Uno poseía el vino y el otro el pan
y así dejaron la comida desprotegida una vez más.
Al volver al lugar después de un magnífico acuerdo
se les cayó el mundo encima pues su rocín
se había comido hasta la última
gota y trozo de comida.
Pues si la verdad os contara
yo digo amigos míos
que él era el único que merecía
después de tanto sufrimiento, hambre
y galopes, el pan y el vino.
lunes, 14 de septiembre de 2009
El HAMBRE Y SUS LOCURAS
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del eminente otoño.
Tiempo que aprovecho
ahora para desear
un feliz reingreso en
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Así como INVITAROS
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con el deseo de que
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jose
ramon…